En 2014 la corresponsal de PressTV Serena Shim, realizó la mejor investigación de ese año para la Tv mundial. Registró el paso de camiones pintados de ayuda humanitaria, desde Turquía hacia el Kurdistán Sirio. En lugar de alimentos, llevaban hombres armados. Combatientes a sueldo de Daesh, que fueron derrotados en Kobani.
Agentes de inteligencia turcos, acusaron a Serena de espía. El 18 de octubre de ese año, la corresponsal realizó un reporte en vivo explicando la situación y la persecución que estaba sufriendo. Al día siguiente, cuando regresaba con material periodístico desde la frontera, un camión embistió su auto y la mató. Había nacido en Estados Unidos 29 años antes y tenía dos pequeños hijos. La indignación de saber que su muerte sigue catalogada como “accidente”, me impulsó a investigar más sobre Turquía, Siria y el Kurdistán.

En Marzo del 2018, haciendo la cobertura de las últimas batallas de Guta, en la periferia de Damasco, pedí autorización en el Ministerio de comunicaciones sirio para viajar hasta Afrin. Me dijeron que el paso estaba bloqueado por el avance turco, pero que podía llegar hasta el último punto de control del ejército. Siempre y cuando, viajara con un guía y traductor del Gobierno. Así fue.
La ruta que une a Damasco con Alepo en el norte, es un camino sinuoso, con retenes militares. En cada uno vuelven a preguntarte y pedirte lo mismo que el anterior. Una secuencia que vuelve a empezar. Caseta, bolsas de arpillera rellenas a modo trinchera y la mano en alto para que detengas la marcha. Lo que podría ser un viaje de cinco horas, demora diez.
Palmeras cortadas por la mitad, señalan el paso elevado de proyectiles. El espacio donde hubiera una ventana, bordeado por huecos en la pared, registra la resistencia de algún solitario miliciano, desde el primer piso de una vivienda gris. Solo algunos sembrados de estación y el balar de las ovejas, muestran la continuidad de la vida en esa ruta, que pasa por Homs.
Desde la ventanilla trasera, pude ver la desolación del campo con olor a pólvora. Restos de lo que fueran viviendas, desparramadas y vacías, hacen imaginar los cruentos combates en espacio abierto, sin lugar donde ocultarse. Casquillos de armas largas, ropa abandonada y tanques de guerra quemados, todavía forman parte del paisaje.
Un mes antes, el Presidente Recep Tayip Erdogan amenazaba con entrar militarmente en Siria bajo excusa de combatir al YPG, un grupo armado de resistencia kurda, conocido como Unidades de Protección Popular, que controlan esa zona del país. Llegué unos 10 días tarde. El ejército turco ya estaba en Afín, junto a los subordinados mercenarios del autodenominado “Ejercito Libre Sirio”, en su mayoría extranjeros.
Aviones de guerra, bombardearon a la población civil. Nunca intentaron combatir a éste grupo, que acusan de tener vínculos con el PKK, el independentista, Partido de los Trabajadores de Kurdistán. Cada quién, huyó como pudo hacia los primeros pueblos bajo control de las fuerzas sirias, que observaban con larga vistas sin órdenes de defender Afín.
Avanzamos hasta el poblado de Nubl. Las familias y grupos de vecinos kurdos seguían llegando a pié, desde unos 40 kilómetros que nos separaban desde el lugar de la matanza. Encontramos a unos 500 desplazados, (se hablaba de un total de 50.000) desde bebés hasta ancianos y personas con discapacidades, en una fábrica desocupada. Sentados en el piso, con la mirada perdida. Esperaron hasta último momento para abandonar sus casas, no creían que las amenazas del presidente turco pudieran ser ciertas. Fue un “Guernica” anónimo y oculto que en la era de las comunicaciones digitales, pudo desaparecer los pedazos de niños en la morgue local, de las pantallas de tv.

Carteles con la imagen del Presidente sirio, acompañado por Vladimir Putin y Hassan Nasralah, el Secretario General de Hezbolá, acompañaban nuestra entraba en el poblado de Nubl. Los refugiados eran recibidos por sirios musulmanes chiitas. Ciudadanos Solidarios, pero sin la infraestructura necesaria para cobijar a tantas personas. Me mostraban en sus teléfonos, las fotos tomadas el día anterior. Cuerpos en las calles y el robo sistemático de todas las viviendas, organizado por los invasores. Miles de heladeras blancas en una de las plazas de pueblo, eran cargadas en camiones con rumbo a Turquía. No vi ayuda oficial de ningún tipo, ni Cruz Roja, ni Media luna Roja, ni nadie. La única acción del Gobierno sirio que pude comprobar para con los kurdos refugiados, era impedirles que continuaran camino a Alepo, donde muchos tenían familiares. Tal vez, por el temor a que entre ellos, hubiera combatientes del YPG. Hacían fila para poder contarnos la situación, nuestra cámara parecía su único consuelo.
Recorriendo la zona, a escasos kilómetros de la “nueva frontera” turca, encontramos un grupo de ómnibus abandonados en el cruce de Zeyarah. Fue la última de caravana de civiles que intentó llegar hasta Afrin y fueron ametrallados por aviones dirigidos desde Ankara. Las perforaciones en los techos de los vehículos, son testigos de ese crimen de guerra.

Un empujón por la espalda me obliga a darme vuelta de manera instintiva. Entonces escuché el sonido de la explosión. Era la onda expansiva de una bomba de mortero que cayó a unos 500 metros de dónde estábamos, en campo abierto. Un mensaje aleatorio de los nuevos ocupantes hacia la zona controlada por Siria, como un perro meando en terreno ajeno, para marcar su nuevo perímetro. Nos alejamos tan rápido como pudimos. El can tenía rabia.
Ese día, un llamado desde Buenos Aires, me dice que había muerto una médica argentina en la zona dónde yo estaba. Era Alina Sánchez, una militante de la causa kurda que se había unido a las fuerzas del YPG, en las unidades de protección de las mujeres. Internacionalista y egresada de la Universidad en Cuba. Cuentan que salvo muchas vidas. El sentido de pertenencia y reconocimiento a su trabajo, le dio un nombre local. La llamaban Legerine. Un accidente en las vertiginosas rutas del Kurdistán sirio, la convirtió en mártir, según sus propios compañeros de armas.

Había nacido un año después que Serena Shim, en 1986. Una en Detroit, la otra en San Martin de los Andes. Sin conocerse, compartían la misma sensibilidad humana por la profesión, que las llevó a poner en riesgo sus propias vidas y morir en el Kurdistán. Un legado de mujeres valientes, arrolladas por la maquinaria de propaganda turca, que tiene una pata en la OTAN y la otra en el mundo árabe. Sueños expansionistas, a costa de las libertades de su propio pueblo.
Por eso, celebro el reciente encuentro donde el Gobierno de Bashar Al Assad y los representantes kurdos, del Consejo Democrático Sirio, abren una mesa de diálogo, para una convivencia pacífica en el respeto a todas las minorías étnico religiosas y de territorios autónomos, dentro del Estado de Derecho de la República Árabe Siria. A pesar de los vínculos que existen entre éstos combatientes y el Gobierno de Estados Unidos, siempre interesado en Balcanizar Oriente Medio, junto al ente sionista. Como cuando promovieron el referéndum kurdo iraquí, del clan Barzani y las banderas israelíes ondearon en el recuento final.
Serena y Alina hubieron seguido con expectativas este acercamiento. El primer encuentro de estas características es liderado por Ilham Ahmed, una mujer kurda.
Fuente de origen: Autor Sebastián Salgado, Data Urgente
Créditos de Data Urgente
Producción y redacción de la noticia: Sebastián Salgado
Edición general, planificación y gestión digital: Hernán Giner
Dirección del proyecto: Sebastián Salgado