03 Sep
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En la Argentina, Elad se encargaba de dar visas para residir en Israel. Pero el horror del ejército le cambiaría la vida.

Siempre hay tiempo para volver. Nunca es tarde para barajar y empezar de nuevo. En especial si uno descubre que donde estaba metido era, de pies a cabeza, una farsa. Y lo que es aún peor: si uno era el mismo promotor de esa farsa.Palabras más palabras menos, esa fue la conclusión a la que llegó Elad Abraham, cineasta, tras pasar un año y medio alistado en el Ejército de Israel. Al camino sobre cómo terminó por concluir eso y la tormenta que vino después les dedicó una película autobiográfica. La llamó “Bajar, subir, bajar”, la estrenó en el 2015 y ganó el premio en el Concurso Federal Raymundo Gleyzer.

Preguntas que mueven el piso“Hay preguntas que nos mueven el piso”, medita Elad al inicio de su película. “Y otras que nos mueven a nosotros mismos sobre esos terrenos que creíamos firmes”.

“La idea de la película surgió de mi propia experiencia y de la necesidad de contar una verdad que sentí que estaba siendo silenciada”, cuenta Abraham. “Tras dejar el Ejército israelí, me encontré buscando dar sentido a todo lo que había vivido. El film es mi forma de exorcizar esos demonios y compartir una perspectiva que a menudo se oculta bajo capas de propaganda”, añade.

En su película, Elad no se anda con medias tintas. Entrevista, entre otros, a Ilan Pappé, autor del libro clave “La limpieza étnica de Palestina”. “Estoy de acuerdo con Pappé en que lo que estamos viendo es una forma de limpieza étnica”, reconoce Elad. “La escalada de violencia es un reflejo de décadas de opresión. Es imposible mantener tanta gente en el infierno y pretender que no reaccione”, completa.

Su película dividió las aguas de la comunidad judía en Latinoamérica. Algunos elogiaron su valentía de criticar al Ejército israelí desde adentro. Otros lo acusaron de traidor. “Me llegaron a decir que mi película ponía en peligro la seguridad de Israel”, cuenta. “He recibido amenazas, pero eso solo confirma que estamos tocando una herida que necesita ser curada, y que es algo de lo que hay necesidad de hablar. Cada vez más judíos del mundo dejan de apoyar a Israel para no ser cómplices del genocidio palestino”, sostiene.

El sueño que terminó en pesadilla

De padres argentinos, Elad nació en Israel en tiempos de la guerra del Líbano. Cuando volvió la democracia a la Argentina en 1983, los padres de Elad regresaron con él. Tenían una fundición de hierro que daba trabajo a 60 familias. Pero en la década de 1990, cuando se liberó la importación, la fundición se quebró. Para el 2001, con la Argentina en medio de una crisis económica sin precedentes, al igual que hicieron sus padres décadas atrás, Elad decidió partir a Israel.Por ese entonces, a la comunidad judía de los países en crisis le resultaba atractivo el sueño de radicarse en Israel. Ofrecían residencia. Casa. Y boletos aéreos gratis. El único trámite que debían superar antes de acceder a esos privilegios era pasar por el ejército.

Elad sabía bien de qué se trataba todo, pues él mismo, durante un año, había trabajado en la oficina de migración a cargo de los trámites para dar residencias a argentinos en Israel. Conocía el discurso mejor que nadie.

“Yo me dedicaba a hacer la visa a la gente para hacer irse a vivir allá. Entrar al ejército era lo que debías pagar para acceder a vivir en Israel. Y yo les decía que el ejército no era desagradable”, cuenta hoy.

“Era un espacio de contención. Era un precio que se pagaba con gusto. En ese entonces creía que el sionismo era un proyecto moral de emancipación del pueblo judío e incitaba a la gente a emigrar para defender esa ideología”.

Acusado de loco por contar la verdad

Con el tiempo, tras atravesar el revés del sueño en carne propia, Elad descubrió que detrás de ese “precio a pagar” se ocultaba algo mucho más costoso que un simple trámite. Y mucho más peligroso.

En el 2004, Elad ingresó al ejército. Lo que vio allí en un año y medio fue suficiente para decidir dejarlo todo sin mirar atrás. Incluso aunque lo tildaran de loco.

“Ví con mis propios ojos la brutalidad de las operaciones en territorios ocupados y el trato inhumano a los palestinos en su propia tierra”, se lamenta. “Toda la sociedad israelí está hipermilitarizada y comprendí que un pueblo que coloniza no tiene compasión, y nada de humanismo queda allí”, añade.

El horror, las muertes, las emboscadas y los abusos empujaron al soldado Elad a abandonar la base militar. La decisión le provocó primero miedo, luego pánico y, al fin, un colapso nervioso. Las autoridades lo internaron en el hospital militar y lo obligaron a tomar tranquilizantes.

“Querían que tomara esos remedios para que no cuestionara nada de lo que había visto”, evoca Abraham. “Pero me rehusé, y eso trajo aparejado castigos. Y terminé detenido en el calabozo de la base militar”.

Al cabo de un tiempo, en 2005, Elad fue declarado insano y le dieron de baja del Ejército israelí. Y así regresó a la Argentina, como si hubiera sobrevivido a un huracán. Como si no hubiera aceptado “pagar el precio” de ser considerado ciudadano israelí.

Un soldado que piensa“Dejé el ejército porque me dieron la baja por insanía mental, y eso habla muy bien de mi salud mental. No podía seguir justificando las acciones que veía y que a menudo se escondían detrás de un manto de ‘seguridad nacional’. Fue una decisión difícil pero necesaria para mantener mi integridad”.

A pesar de las advertencias de sus jefes militares, Elad se sentía en paz.“Un soldado que piensa, es un soldado que empieza a dejar de ser soldado”, reflexiona hoy, mientras prepara su segunda película. El primer film de ficción, que también aborda el tema de la libertad y la retórica de la extrema derecha.

“El Ejército de Israel tiene una influencia desmesurada. Es como un estado dentro del estado, con su propia agenda y poder que a menudo se ejerce sin el escrutinio adecuado. Esta estructura permite una continuidad de políticas que no siempre reflejan la voluntad del pueblo sino los intereses de un grupo muy específico”.

Tras su paso por el ejército, Elad regresó a la Argentina con otra mentalidad. Antes, alentaba a que los latinoamericanos migraran a Israel, ahora pone sus reparos. Y, si un judío le confiesa su sueño de convertirse en soldado y defender en Israel la causa sionista, Elad se enfurece.

“Andá y fijate si querés ser un asesino. Una vez que seas soldado, y aceptes sin chistar lo que pasa ahí, te convertirás en escoria, y serás visto como un nazi del siglo XXI”, asevera.

Esperanza en el cambioA pesar de lo implacable de su crítica, el exsoldado guarda esperanzas: “El proyecto colonial tiene sus días contados, y es su decadencia incendiaria lo que estamos presenciando”.

“En cuanto a Netanyahu, su tiempo está llegando a su fin, pero el cambio real necesitará más que un cambio de liderazgo. Pacificar antes de levantar un nuevo estado democrático real, significa que los criminales de guerra deberán tener su Nüremberg”, concluye.

Hoy, Elad no guarda objetos de su paso por el ejército. Y sigue en contacto sólo con pocos soldados. “Con pocos no se ha cortado el diálogo, aunque cada vez encontramos menos cosas en común. Eso sí: a los que justifican el infanticidio en Gaza no les hablo más. Se han vuelto sin compasión”. Elad lo piensa un poco y termina: “Lo que el Ejército de Israel llama ‘buenos soldados’”.



TRT




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