Para la mayoría de los medios de comunicación que sintonizan la onda del Departamento de Estado, Corea del Norte es el peligro para el mundo. Modestamente creo es al revés: ese país está peligro, ante amenazas históricas y concretas de EE.UU.
Si uno prende la tele en Argentina, incluso en el canal que se reputa progresista (C5N), verá que al gobierno de Kim Jon-un se lo califica de “régimen”. En TN y el resto de la parafernalia mediática de los monopolios lo llaman dictadura. A ese presidente lo tildan de “loco” y le endilgan un plan armamentista que pondría en serio riesgo la paz.
Algunos panegiristas del capitalismo global se atreven, más creativos, dicen que hay dos locos, uno comprobado (norcoreano) y otro posible, Donald Trump. Así refritan la nefasta teoría de los dos demonios tan típicamente rioplatense.
Históricamente -conviene poner en contexto el tema concreto de que se trata- está demostrado que el agresor en la península coreana fue el imperio estadounidense, apenas terminada la II Guerra Mundial. Entre 1950 y 1953 promovió una guerra que costó a los coreanos 2,7 millones de muertos y 30.000 marines fallecidos. Los generales norteamericanos estuvieron a punto de lanzar la bomba atómica, que ya habían arrojado cinco años antes a dos ciudades de Japón.
La guerra en Corea no cerró con un tratado de paz sino con un armisticio, una interrupción de hecho. A Washington no le interesaba poner punto final a la contienda en una zona sensible a sus planes geoestratégicos, vista la vecindad de China y la entonces URSS.
Desde 1953 han pasado 64 años de impiadoso bloqueo económico de Estados Unidos contra la República Popular Democrática de Corea, salvo intervalos breves donde hubo alguna negociación entre la norteña socialista y su par sureña y capitalista. Si es por duración, ese bloqueo es más extenso que el ejercido contra Cuba, con la diferencia que este último es más duro porque a una isla es más fácilmente aplicable el cerrojo. Corea del Norte, que limita con China, pudo burlar la penitencia buena parte de este lapso.
Y no se trata sólo de sanciones comerciales y económicas. Sobre Pyongyang se han trazado planes de agresión militar, sostenidos con bases norteamericanas en Corea del Sur, sus 30.000 soldados allí estacionados y los ejercicios navales y aéreos varias veces al año.
Corea del Norte, como Irak, Irán y Libia, fue colocado por los gobiernos estadounidenses dentro del llamado “eje del mal”. Y a las pruebas uno se remite para saber cómo fueron objeto de invasiones, bombardeos y demás planes agresivos, desde que George W. Bush inició sus “guerras antiterroristas” contra esos “oscuros rincones del planeta”.
Corea del Norte nunca invadió EE.UU. ni ningún país, solamente defendió su derecho a la existencia a mitad del siglo XX, y quedó separado por el paralelo 38 de la otra mitad, estando pendiente un proceso de reunificación. Y con las amenazas de Donald Trump de borrar del mapa a Norcorea con fuego y furia no será posible emprender tales negociaciones entre el Norte y el Sur.
¿Acaso el presidente Kim y sus militares tienen algún plan de dominación del mundo y para eso buscan dotarse de armamento nuclear? De ninguna manera. Su objetivo es más modesto: quieren disuadir cualquier intento norteamericano y/o surcoreano por agredirlos. Lo reiteraron ante las nuevas amenazas de Trump: si nos agreden nosotros arrojamos misiles sobre Guam, territorio norteamericano, y sus dos bases militares.
¿Más sanciones?
Entre otras tantas calumnias contra Corea del Norte se dijo que su último cohete había sobrevolado el espacio aéreo de Japón. Una verdad menos que a medias, porque ese vector no pasó volando sobre edificios nipones sino con efecto campana, con una comba de 600 kilómetros de altura, cuando se reconoce a los países cielos de 100 kilómetros de altura. Esto lo puntualizó el vocero de la RPDC en Occidente, Alejandro Caos de Benos, quien insistió con que “las armas nucleares son armas estratégicas, de negociación. En un momento dado, si se produce un ataque nuclear, nadie gana, toda la humanidad pierde”. Las protestas del premier japonés, Shinzo Abe, no tenían razón de ser.
Si aquel proyectil intercontinental, Hwasong-14, probado ya en julio pasado, si en vez de trayectoria “campana” hubiera volado en forma directa, en vez de recorrer 933 kilómetros podría haber llegado a 6.500 kilómetros, con posibilidad de alcanzar Alaska.
En una primera reunión del Consejo de Seguridad, la embajadora norteamericana, Nikki Haley, acusó a Kim Jong-un, de estar “suplicando por una guerra” con sus pruebas nucleares. Ella instó a ese Consejo a imponer las sanciones más duras posibles, que serán tratadas el lunes 11 en Nueva York, contando con el visto bueno del Reino Unido y Francia. Sería la octava sanción contra Norcorea. El abanico planteado por la administración yanqui es muy amplio: prohibir las exportaciones textiles y de carbón de Pyongyang, vetar a su aerolínea nacional, impedir la llegada de petróleo y vetar que los norcoreanos trabajen en el exterior.
El más energúmeno fue el presidente norteamericano, que habló de sancionar a los países que tengan cualquier tipo de comercio con Corea del Norte. Así la agresión pegaría de lleno en terceros países, por ejemplo China, y no sólo en el acusado de realizar pruebas balísticas que los demás deploran o bien juzgan inoportunas. Ese último parece ser el juicio del ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping.
Trump no se limita a sanciones económicas o bloqueos sino que a sus amenazas bélicas sumó anuncios de vender “equipos militares altamente sofisticados” a Corea del Sur y Japón. Su colega surcoreano Moon autorizó la radicación de cuatro lanzaderas más del sistema antimisiles de gran altitud (Thaad), en Seongju, a 300 km de Seúl, pese a las protestas de los vecinos de esa localidad que no fueron consultados sobre su implantación y temen ser blanco de ataques norcoreanos.
Ese sistema estadounidense también preocupa a China y Rusia porque puede ser usado en su contra, con el pretexto de su localización en Corea del Sur y afectar equilibrios militares entre esos países y EE. UU.
Aún no se sabe si el próximo lunes el Consejo de Seguridad llegará a acuerdos para sancionar otra vez a Corea del Norte. Puede insumirles más tiempo esa resolución. De todos modos, con los siete paquetes de sanciones anteriores quedó claro que no alcanzaron para que ese país desista de su fuerza nuclear estratégica de defensa. Difícilmente podrán doblegarlo ahora, cuando ha logrado una buena base. Lo mejor para EE.UU. será admitir un nuevo socio a la mesa de las potencias atómicas, donde están los grandes y otros como India, Pakistán e Israel a los que el Consejo de Seguridad no sanciona ni inspecciona. Corea tiene derecho a sentarse en ese club porque no busca dominar el mundo ni agredir a nadie, sólo sobrevivir.