Por Sebastián Salgado
De cómo los faraones se convirtieron en esclavos desde el acuerdo de Camp David
Recorriendo un mercado de antigüedades en El Cairo, un busto de Gammal Abdel Nasser, de tamaño natural, me clava la vista. Cuesta creerlo, siento como un buscador de oro que encuentra una veta entre las rocas. Fingiendo desinterés, pregunto el precio. ¿Para ti? es gratis, me dice sonriendo uno de esos vendedores egipcios con grandes condiciones actorales. Me encantaría llevarlo, pero pesa demasiado. Insisten en que oferte algo. ¿Es legal vender eso? Les pregunto. Nasser nos dejó en la ruina, me dicen. “Aquí estaban todas las empresas de Europa y de Estados Unidos y él las expulsó, ahora nosotros podemos deshacernos de su figura.” Me conformé con un calendario de los 70. El hombre que había intentado unir al mundo árabe, nacionalizó el petróleo y el Canal de Suez, construyó la presa de Assuan y desafió el expansionismo israelí, es denostado por una parte significativa de la población.

Sorprendido por el hecho, le pido a un taxista que me lleve al Museo Fundación de Nasser. “No hay Museo de Nasser” me dice. Le insisto que sí existe y que ya lo vi en internet. El conductor consulta a un grupo de colegas que están sentados esperando pasajeros. Nadie sabe de ese Museo, pero tengo la dirección y le reclamo. Me da el saludo internacional, “¡Argentina Messi Maradona!” y salimos.
Aire caliente entra por la ventana baja del asiento trasero. Dos cuadras antes de llegar al Número 4 de la calle El Khalifa, mi conductor reconoce que es un lugar donde decían que Nasser había vivido con su familia. Toco timbre y pregunto por el Museo. Me responden en árabe y me abren la puerta. Soy el único visitante de esa tarde, en un lugar increíble.
El Museo de Nasser, guarda los secretos del gobierno panarabista iniciado en 1956 hasta su muerte en 1970, pero El Cairo esconde a Nasser. Una foto de quién fuera líder de la causa palestina, Yaser Arafat, en el funeral del entonces presidente, forma parte de la colección, resume mi descubrimiento tardío en la capital egipcia y desempolva el enfrentamiento con Israel.

Pequeños pasos
Nasser murió el 28 de Septiembre de 1970, siendo Presidente de Egipto y el Secretario General del Movimiento de Países No Alineados. Anwar El Sadat se presentaba como el sucesor perfecto. Había sido dos veces su Vicepresidente. En 1973, en coordinación con el Gobierno sirio de Hafez Al Assad (padre del actual Presidente) sorprendió a Israel, recuperando los territorios perdidos del Sinaí, en la llamada guerra de los seis días de 1967.
Las dos orillas del Canal de Suez, volvían a estar bajo el manto de las pirámides y el legado del socialismo al estilo árabe, daba señales de vida. Pero la guerra fría también tendría su capítulo egipcio y un protagonista, Henry Kissinger. Su política de “Pequeños pasos” o pasos de bebé, fue torciendo lenta pero efectivamente la resistencia caudalosa de los egipcios. Como el agua del Nilo y la represa de Asuán, construida por Nasser con colaboración de la Unión Soviética, Estados Unidos se fue apoderando de la llave de paso y el río político dejo de inundar.
Sadat, se convirtió en el primer Presidente árabe en visitar Israel, reconociendo de manera indirecta la legitimidad del régimen. Sus rezos en la Mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén ocupada, sorprendieron al mundo islámico.
La figura mítica del poder absoluto acotado a una sola persona que trasmitieron los faraones egipcios, se rompió en mil pedazos de historia milenaria. Las presiones del joven colonialismo occidental, representado en la sonrisa de Jimy Carter, fueron suficientes para la apertura indiscriminada al capitalismo que incluyó el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional. Saddat afirmaba entonces, que la guerra con Israel dilapidaba los recursos egipcios y se valió del respaldo de un grupo infiltrado por el sionismo: La Hermandad Musulmana. Liberados de las prisiones que ocuparon durante el gobierno de Nasser, el wahabismo se implanto en Egipto y por tanto, la cercanía a las monarquías del Golfo. Comandos armados egipcios, se unieron a las fuerzas talibanes en Afganistán para pelear ahora contra los soviéticos, que habían sido su aliado años atrás.
Mientras, en las universidades, los jóvenes con educación laica, transitaban el camino cercano a la Rusia socialista marcado por Nasser y organizaban protestas para mantener el legado de enfrentamiento contra los intereses de Tel Aviv.
Esas, siguen siendo las dos patas necesarias para mantener un gobierno de pie en Egipto, el control de las fuerzas armadas, aportando al mantenimiento de un “keynesianismo” militar y la Hermandad Musulmana como fuerza política que aglutina una versión del Islam.
En 1977, las imposiciones del FMI, generan una gran crisis económica. El ejército que supo enfrentarse a Israel ahora reprime a sus conciudadanos y decenas son asesinados en la “revuelta del pan”.
El acuerdo de Camp David
Ocho años después de la muerte de Nasser, los pasitos de bebé se convirtieron en autopista de sentido único. El acuerdo de Camp David, orquestado por el Mossad (Servicio de Inteligencia Israelí) fue firmado en Estados Unidos por Menachem Begim, Jimmy Carter y Anwar El Saddat. Las comunicaciones secretas duraron dos semanas. Le daban a Egipto el beneficio de la retirada israelí del Sinaí, al precio de reconocer al Estado Judío que se implantó sobre Palestina. Una puñalada por la espalda, al panarabismo nacido en África y los soldados caídos en combate en el 67 y 73. En una sola noche, 1536 personas fueron detenidas entre líderes políticos y universitarios, por su oposición al acuerdo.

La traición árabe de Camp David, le valió a Sadat un Nobel de la Paz y la vida misma. El 6 de octubre de 1981, cuando se realizaba un desfile militar en el Cairo, en honor al enfrentamiento con Israel de 1973, Saddat fue asesinado a tiros. Cuatro hombres armados descendieron de uno los camiones que conformaban el paso del ejército frente al palco principal y dispararon contra el Presidente, quién, poniéndose de pié, creía que se trataba de una teatralización armada. Hosni Mubarak su vicepresidente, que estaba junto a él, sobrevive y asume el Poder.

A pesar de las diferencias, la línea de apoyo a la política exterior estadounidense israelí, se mantuvo a sangre y fuego durante los treinta años de su Gobierno. Como Vicepresidente de Saddat, había intentado persuadir a Siria y Arabia Saudita, de sumarse al acercamiento con Tel Aviv.
Mubarak incluso, se enfrentó a Sadam Houssein durante la invasión iraquí a Kuwait, apoyando el ataque del Pentágono, al precio de condonar una deuda de 38.000 millones de dólares. Fue parte también de la política “anti terrorista” occidental, luego de los atentados en las Torres Gemelas y cómplice, al igual que el resto de los siguientes presidentes egipcios, de las atrocidades que el ejército israelí provoca sobre la población civil palestina en la Franja de Gaza. Colaborando con el encierro y la falta de apoyo, desde la salida que existe hacia Egipto en Rafah. Donde había vías de tren que unían Gaza con el Sinaí, hoy existe un muro.
Dicen que una golondrina “no hace” primavera, pero la secuencia de golpes de Estado en Oriente Medio, impulsados desde las redes sociales en laboratorios mediáticos, conocida como “Primavera Árabe”, enjauló a Mubarak y lo sacó del Poder en 2011.

Las revueltas de la Plaza Tahrir, tuvieron como resultado, una fuerte represión y lo que algunos consideran como las primeras elecciones democráticas de Egipto. En 2012, Mohamed Mursi, fue electo presidente, poniendo en riesgo por primera vez desde la firma del acuerdo de Camp David, la sumisión de los Faraones ante los israelíes. La pata de la hermandad musulmana estaba presente, pero la del ejército no.
Y eso era justamente lo que traía nuevamente Abdel Fatah Al Si Si. El ex jefe del ejército que había orquestado el golpe, era elegido presidente en 2014. La militarización de la seguridad interior en Egipto se vuelve una cuestión de Estado.
Caminando por el centro de El Cairo, veo un hombre vestido de civil que toma fuertemente a un niño de no más de doce años, por el brazo. El chico grita pidiendo ayuda. Decenas de transeúntes siguen de largo como si eso no estuviera pasando. Intento grabarlo con mi teléfono. En no más de un minuto una van sin ventanas frena y suben al muchacho que ya conocía su destino.
Es parte del trabajo de la policía de Al SiSi, que no permite a los niños pobres deambular por las calles y los llevan a centros de detención, como una perrera municipal con los canes. Un ejemplo del control poblacional que parece ya estar fuera de control.

La reciente muerte del derrocado Mursi en la Cárcel de Al Si Si, y las denuncias de corrupción de un empresarios egipcio desde España sobre el Gobierno, parecen haber potenciado inéditas protestas contra el actual Gobierno, que son invisibilizadas por los medios de comunicación, con un saldo de miles de detenidos, que incluyen a destacados activistas.

Pero octubre es para Egipto, el mes de las victorias. Aquella victoria militar contra Israel de 1973 es el escenario, desde donde Al SI SI, intenta mostrar la fiereza de un león herido, pero enjaulado, que salta el aro encendido y ruge fuerte desde un banquito.
Dos ejemplos completan el panorama. Los 64 mil millones de metros cúbicos de gas natural palestino, que Egipto compra a Israel, cada año por contratos estimados en 15 mil millones de dólares, confirman que Camp David sigue marcando el destino de los faraones, como tumbas saqueadas, que le cuestan al pueblo egipcio un 32 por ciento de pobreza, en beneficio de Tel Aviv.
Y otro mucho más pequeño y barato que nos regresa al mercado de pulgas. Completando el recorrido, encuentro unas pulseritas plásticas. En una sola bolsa, comparten espacio los colores de Egipto y otras verdes blancas y negras, con tres estrellas rojas. El símbolo del autodenominado “ejercito libre sirio”. Un grupo de mercenarios de diferentes países, financiados por Israel y Estados Unidos, con base en Turquìa, que desde hace ocho años intentan derrocar al Gobierno Sirio. Antiguo aliado de Nasser, sólo que ésta vez en lugar de Hafez, se toparon con Bashar.
