Por Edu Bravo
El 26 de octubre de 1919 nacía Reza Pahlevi, sátrapa persa que se autoproclamó emperador y acabó siendo depuesto por la revolución islámica del ayatolá Jomeini.
El 14 de octubre de 1971, Juan Carlos de Borbón, heredero al trono de España, se encontraba en Persépolis acompañado de su prometida, Sofía de Grecia. La pareja había sido invitada por Mohammad Reza Pahlevi a los fastos en conmemoración del 2.500 aniversario de la fundación del imperio persa.
Además de los futuros reyes de España, entre los invitados se encontraban personalidades llegadas de todo el mundo, como Haile Selassie, emperador de Etiopía; Hussein, rey de Jordania; Josip Broz Tito, jefe de estado de Yugoslavia; Emílio Garrastazu Médici, presidente de facto de Brasil; Nicolae Ceausescu, jefe de estado de Rumania, acompañado de su esposa Elena Ceausescu e Imelda Marcos, primera dama de Filipinas. Todo lo bueno, vaya.
Los actos habían comenzado el 12 de octubre en la ciudad Pasargada, con una ofrenda en el mausoleo de Ciro II El Grande, y continuaron en Persépolis donde, desde la nada, se había construido una ciudad en mitad del desierto, con pista de aterrizaje para jets privados y un oasis artificial con cincuenta apartamentos de lujo destinados al alojamiento de los invitados. Además, el complejo contaba con una gran carpa que, ese 14 de octubre, acogió a 600 personas para disfrutar de una cena de gala que duró más de cinco horas y que aún hoy ostenta el Records Guinness de la cena más larga de la historia moderna.
El coste de las celebraciones nunca ha podido determinarse. En su momento se afirmó que la construcción de la ciudad artificial había ascendido a 15 millones de dólares, pero otras fuentes declararon que fueron más de 20. Por lo que se refiere a la cena de gala, el diario ABC informó en su momento que cada cubierto costó setenta mil pesetas de 1972, lo que supondría un gasto, solo en el banquete, de 42 millones de pesetas, más de 240 mil euros. Sea como fuere, para Reza Pahlevi el dinero era lo de menos. Aunque gran parte de la población del país estaba en la pobreza, lo importante para el emperador era celebrar el aniversario de la fundación de Persia y honrar a Ciro, mítico dignatario del que Pahlevi se sentía heredero aunque la realidad era bien distinta.
Del cuartel al palacio
Mohammad Reza Pahlevi había venido al mundo el 26 de octubre de 1919 en Teherán, después de un parto múltiple del que también nació una hermana gemela, Ashraf. Su infancia debía haber transcurrido en un ambiente sin excesivos lujos, como correspondía a la familia de un oficial de la Brigada de Cosacos de Persia. Sin embargo, en 1921, el patriarca, Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí, lideró un golpe de estado con ayuda del gobierno británico. A raíz de ese alzamiento, el padre pasó a ostentar el Ministerio de la Guerra, primero, más tarde la presidencia del gobierno y, finalmente, fue coronado Sah, en sustitución de Ahmad Shah Qayar.
A partir de ese momento, Reza Pahlevi y sus hermanos fueron educados como hijos de reyes aunque, eso sí, de monarquías europeas. Su padre, empeñado en modernizar una Persia ciertamente atrasada, decidió hacerlo siguiendo los cánones occidentales. En consecuencia, prohibió la ropa tradicional iraní, incluidos los chadors, obligó a vestir a la europea, decretó que no se fotografiase a los camellos por ser un medio de transporte atrasado, obligó a asentarse a las tribus nómadas y reprimió con dureza a aquellos que, bien desde las mezquitas, bien desde los periódicos, criticaron sus medidas. Tanto es así que, algunos periodistas, imanes y políticos descontentos con el nuevo régimen, llegaron a ser emparedados en los muros de la prisión en la que estaban confinados.
A pesar de sus reformas a la europea, el padre de Reza Pahlevi no dejaba de ser un militar analfabeto, que nunca llegó a escribir y leer correctamente y que mantenía las rudas costumbres del cuartel, como dormir en el suelo de su lujoso dormitorio o compartir el rancho con la guarda del palacio real. Razones más que suficientes para que la educación del joven príncipe y sus hermanos corriera a cargo de profesores contratados al efecto, de internados suizos y de su madre, que les enseñó cultura francesa.
Reza Pahlevi no tardó en poner en práctica esa educación de elite cuando su padre cayó en desgracia ante los británicos, sus principales valedores. Desde el golpe de estado de 1921 y su ascenso al trono en 1925, el Sah Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí había cumplido con aquello que los ingleses esperaban de él. No obstante, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el rey persa mostró abiertamente sus simpatías hacia Hitler, a quien llegó a beneficiar en el conflicto, dificultando el paso por territorio iraní de tropas soviéticas e inglesas. Ante semejante comportamiento, los aliados, que dependían del petróleo persa para ganar la guerra, decidieron tomar cartas en el asunto. En agosto de 1941, Irán fue invadido por tropas del ejército británico y soviético y, aunque la vida del Sah fue respetada, se le invitó a abdicar en su hijo Reza Pahlevi, que fue nombrado rey de Persia con tan solo 22 años.
“Nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos” fue la frase con la que Winston Churchill resumió el reinado de Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí. Como muestra del control que seguía manteniendo sobre el país y el nuevo Sah, el primer ministro británico decidió celebrar en 1943 una cumbre en Teherán para planificar, junto a Roosevelt y Stalin, el desarrollo de la guerra.
De aliado de la CIA a emperador
Finalizada la contienda mundial, Reza Palevi continuó con la reforma y modernización del país iniciada por su padre. A pesar de encabezar un gobierno autoritario, entre los logros de su mandato estuvieron el sufragio femenino, restar poder a los imanes y hacer que Irán dejase de ser una teocracia, algo que no resultó sencillo. Desde su subida al trono, tuvo que enfrentarse con revueltas populares encabezadas por líderes religiosos, así como levantamientos protagonizados por militantes del partido comunista, intentos de golpes de estado como el de 1953 y atentados contra su persona, a raíz de los cuales comenzó a vestir siempre un chaleco antibalas que le hacía aparecer constantemente erguido y rígido.
La inestabilidad política de esos primeros años del reinado del Sah hizo que Estados Unidos decidiera echarle una mano con objeto de garantizarse la compra de crudo a buen precio y mantener el territorio persa como dique de contención a las ansias expansionistas de la URSS. Para ello, miembros de la CIA se desplazaron al país y organizaron la SAVAK, una policía secreta que se dedicó a perseguir cualquier disidencia por medio de secuestros, asesinatos y torturas. Para evitar ser víctimas de este cruel cuerpo policial, muchos iraníes decidieron exiliarse a países europeos, en los que fueron bien recibidos por los grupos de izquierdas de la época, que apoyaban cualquier movimiento de resistencia contra la dictadura del Sah, independientemente que fuera de corte marxista o islamista, como sucedía con el del ayatolá Jomeini.
Con el país más o menos estable, los Estados Unidos le permitieron a Reza Pahlevi todas sus excentricidades y caprichos. Se divorció de su primera esposa, la Princesa Fawzia, hermana del Rey Faruq de Egipto, a la que gustaba bañarse en leche, sin reparar en que Ashraf, la hermana gemela de Reza, contaminaba el líquido con detergentes cáusticos. A continuación contrajo matrimonio con Soraya Esfandiary, a la que acabó repudiando en 1958 por no poder tener hijos. Por último se autoproclamó emperador en 1967 en una lujosa ceremonia para la que lució una corona compuesta por 1.469 diamantes, 36 esmeraldas, 36 rubíes, y 105 perlas. En ese mismo acto, el Sah también coronó emperatriz a su tercera esposa, Farah Diba. Un hecho que la propaganda persa presentó como una reivindicación de la figura de la mujer en la gobernanza del país pero que no era en absoluto así, habida cuenta del machismo del que siempre hizo gala Reza Palevi.
Durante una entrevista con la periodista Oriana Fallaci el sátrapa iraní declaró “Nunca ha habido entre ustedes [las mujeres] un Miguel Ángel o un Bach. Ni siquiera ha habido entre ustedes una gran cocinera. Y si me habla de oportunidades, le contesto. ¿Vamos a bromear? ¿Les ha faltado acaso la oportunidad de darle a la historia una gran cocinera? ¡Nunca han dado nada grande, nunca!”. A continuación, el Sah le preguntaba a la escritora italiana, “Dígame: ¿cuántas mujeres capaces de gobernar ha conocido usted en el curso de estas entrevistas?”, a lo que Fallaci respondía: “Por lo menos dos, Majestad. Golda Meir e Indira Gandhi”.
Abandonado por Dios
Desde que era niño, Reza Pahlevi había tenido visiones. Según refirió en diferentes ocasiones, los profetas se comunicaban con él. En una ocasión, uno de ellos, Alí, llegó a salvarle la vida interponiéndose delante de una roca contra la que el pequeño iba a estrellarse después de sufrir una caída. El problema radicaba en que el único que veía la roca, a Alí y a los demás profetas, era el pequeño Reza, un detalle que lo convertía en objeto de las burlas de sus allegados, incluido su padre.
“Mi padre no me creyó nunca, siempre se burló de ello”, reconocía para, a continuación, afirmar ante Oriana Fallaci que, a pesar de ello, Dios le había acompañado en todos los momentos de su vida . “Mi reinado ha salvado al país y lo ha salvado porque a mi lado estaba Dios. Quiero decir que no es justo que yo me atribuya todo el mérito de las grandes cosas que he hecho por el Irán. Entendámonos: podría hacerlo. Pero no quiero porque sé que detrás de mí hay alguien más: Dios”.
A pesar de tener a Dios de su parte, fue una revuelta religiosa liderada por el ayatolá Jomeini desde su exilio francés la que puso fin a su imperio. Antes de que eso sucediera, Jimmy Carter, temeroso de que una revolución de corte islamista pudiera deponer a su aliado en Irán y desestabilizar la zona en beneficio de los rusos, aconsejó a Reza Pahlevi poner en marcha medidas destinadas a democratizar ligeramente el país.
Si bien el Sah aceptó el consejo, sus reformas no convencieron a los ciudadanos que, a partir de 1978, comenzaron a protagonizar protestas cada vez más numerosas y enérgicas. La tensión creció en los siguientes meses y, finalmente, en enero de 1979, el Sah y su familia abandonaron el país rumbo al exilio.
Del exilio al olvido
“Con lágrimas en los ojos, el Sha del Irán ha abandonado, en compañía de la Emperatriz Farah Diba, su país. Mohamed Reza Pahlevi se dirigió desde el aeropuerto de Teherán a la ciudad egipcia de Asuán, aunque su destino final se cree que será la costa oeste de los Estados Unidos”. Así relataba el diario ABC la salida del Sah de su patria en la portada de la edición del 17 de enero de 1979.
En Irán, esos primeros días después de la marcha del monarca se caracterizaron por la inestabilidad e incertidumbre. Por un lado las calles de las ciudades se llenaron de festejos y por otro, se organizaron desfiles militares en apoyo a Palehvi que reclamaban su vuelta. La huida del emperador había generado un vacío de poder que tampoco había sido llenado por Jomeini, que aún permanecía en su exilio francés. Ante semejante situación, el primero de los dos que lograra entrar en el país, podría hacerse con el poder o recuperarlo sin dificultad.
Sin embargo, los aliados extranjeros del Sah le aconsejaron no regresar antes de un mes para no exacerbar más a la ciudadanía y esperar que se sofocase la revuelta. Una moratoria que fue aprovechada finalmente por Jomeini para adelantarse y regresar al país el 11 de febrero de 1979, después de 15 años fuera de Irán.
Jomeini instauró una república teocrática de la que fue máxima autoridad política y religiosa. Por su parte, el que fuera emperador de Persia comenzó un periplo que le llevó por diferentes países, en muchos de los cuales no fue precisamente bien recibido. Ese fue el caso de Panamá, donde se produjeron protestas encabezadas por los partidos de izquierdas que no veían con buenos ojos que un dictador como él disfrutase de una vida muelle en Isla Contadora. Finalmente, y después de vagar por Marruecos, Bahamas, Ecuador, México, Estados Unidos, Reza Pahlevi encontró asilo en Egipto, país en el que fallecería unos meses después.
El exilio y la muerte del patriarca en julio de 1980 hicieron que la familia Pahlevi perdiera relevancia en el escenario político internacional. Poco a poco, las noticias de la viuda e hijos del emperador dejaron de aparecer en las páginas de los diarios y comenzaron a encontrar cabida en las de la prensa rosa. De hecho, fue la revista Semana la que, en noviembre de 1980, publicó en exclusiva las imágenes de la coronación de Reza II como nuevo Sah de Irán. La ceremonia tuvo lugar en el palacio Kabbeh de El Cairo y, salvo para esa cabecera del corazón, el acto no tuvo mayor trascendencia. La familia Pahlevi ya no contaba para los dirigentes internacionales y mucho menos para las autoridades iraníes o sus ciudadanos. Atrás quedaban para siempre los días en los que el pueblo iraní, rendido a su emperador, rodeó el automóvil del Sah, lo levantó en andas y lo llevó a hombros durante cinco kilómetros.
Fuente de origen: Vanity Fair