Johannesburgo, 10 jun (EFE).- En el larga batalla hacia la meta de la igualdad de género, África ha empezado apostar tímidamente por sus primeros gobiernos paritarios en los últimos meses. De momento, son solo 3 gabinetes entre 55 naciones muy dispares, en los que las mujeres disfrutan -o sufren- muy distintos niveles de derechos.
El último país en incorporarse a esta tendencia ha sido Sudáfrica gracias a la iniciativa del recién reelecto presidente de este país, Cyril Ramaphosa, al anunciar su nuevo Gabinete a finales de mayo pasado.
Sudáfrica sigue el camino que habían marcado ya a finales de 2018 Etiopía y Ruanda.
Etiopía, además, es actualmente la única nación de todo el continente con una mujer en la Jefatura de Estado (Sahlework Zewde), si bien en este país, el verdadero poder ejecutivo recae sobre la figura del primer ministro.
Antes de Sahlework, África había tenido pocas pero destacadas presidentas, como la premio Nobel de la Paz liberiana Ellen Johnson-Sirleaf o la malauí Joyce Banda.
«Es algo problemático (que no haya más presidentas en África). Enfatiza la dominación masculina de la política en África, que es muy patriarcal», explica a Efe la politóloga de la Universidad de Stellenbosch de Sudáfrica Amanda Gouws, especializada en temas de género.
Ruanda, por su parte, figura como el país del mundo con más mujeres en el Parlamento (62 %).
También otras naciones del continente, como Namibia o la propia Sudáfrica, están posicionadas entre las líderes en las listas internacionales sobre representación femenina en el Poder Legislativo.
En gran medida, eso ha sido posible gracias a la progresiva implementación de sistemas electorales o parlamentarios con cuotas femeninas desde la década de 1980, especialmente en la zona sur de África, donde quedan pocos países democráticos que no impongan algún mínimo a los partidos.
«Donde los sistemas de cuota son efectivos también ves una mayor voluntad de los presidentes de poner a mujeres en el Gabinete», expone Gouws.
«Eso crea conciencia sobre el papel de las mujeres en la creación de representatividad sustancial, es decir, que las mujeres contribuyen realmente a crear políticas que, a su vez, benefician a las mujeres», añade esta experta.
Pero la paridad en el Ejecutivo o incluso en las cámaras legislativas no implica necesariamente un mayor protagonismo de la agenda de la igualdad de género en la vida política real.
«Creo que los países líderes están trabajando bien hacia una representación de género más equilibrada, pero la conversación debe ir más allá de tener mujeres en posiciones concretas», señala a Efe Aditi Lalbahadur, directora de Política Exterior en el Instituto Sudafricano de Asuntos Exteriores (SAIIA, por sus siglas en inglés).
«Las mujeres tienen que estar realmente representadas y empoderadas para participar en esos espacios. En particular, por ejemplo, en Ruanda, el número de mujeres es impresionante, pero eso no se traduce realmente en que las mujeres estén empoderadas. Por cómo funciona la política en Ruanda, no hay casi espacio para discutir y debatir fuera de las ideas de la Presidencia», agrega.
Aunque siempre serán bienvenidas las iniciativas paritarias, Lalbahadur invita a no «solo sentarse y decir felicidades».
«Creo que no es suficiente. Para tener verdadera igualdad tienes que ir más allá de contar el número de mujeres. Tiene que ver con el discurso, con cómo se desarrolla el debate, con si tienen opciones de impulsar políticas…», precisa la directora.
Para los derechos de las mujeres en África, la situación es especialmente complicada en las naciones convertidas en estados fallidos o que atraviesan conflictos armados, dado que la violencia contra las mujeres aumenta exponencialmente en las zonas de guerra.
Países como Somalia, Sudán o la República Democrática del Congo serían ejemplos claros de esta problemática, según Amanda Gouws.
Otro gran obstáculo en la lucha por la igualdad es la interferencia de las leyes y costumbres tradicionales, presentes en la mayoría de los países de una u otra forma. Estas suelen dar a la mujer un papel subyugado al hombre.
Un claro caso de dominación patriarcal sería el de la pequeña Esuatini (antigua Suazilandia), la última monarquía absoluta de África, donde la población femenina tiene pocos derechos efectivos.
Allí, anualmente, se celebra aún la Umhlanga, una danza de jóvenes vírgenes que desfilan ante el rey para que escoja, si lo desea, una nueva esposa.
Los altos niveles de analfabetismo que afectan a la población femenina en muchos países y, en general, el menor acceso a una educación superior son también barreras adicionales para la emancipación de las mujeres y para su acceso a posiciones de poder.
Pero tanto Gouws como Lalbahadur coinciden en que las mujeres son la espina dorsal que impulsa África desde la base y en que, incluso al margen de la política, cada vez están más organizadas y sus reivindicaciones traspasan poco a poco las fronteras. EFE