Por Alejandra Loucau para DataUrgente.
Cuando Barak Obama anunciaba, a fines de 2014, que Estados Unidos retiraría sus tropas de Afganistán sólo hacía pública una parte de su estrategia. Los métodos militares tradicionales iban a ser sustituidos de manera más generalizada por tácticas de guerra no convencional. La utilización de «contras» o grupos terroristas como elementos de desestabilización contra dirigentes reacios a Occidente se impuso en la agenda de Washington para Asia Central. Siete años después y, teniendo en cuenta el considerable retroceso de Daesh en Afganistán y su derrota en Siria e Irak, el actual presidente Trump tuvo que asumir el fracaso.
Si bien el Pentágono y la CIA dirigían las operaciones de Al Qaeda desde antes de los atentados del 11-S, tal como lo hacían con los talibanes hasta el distanciamiento previo a esta fatídica fecha[1], tuvo que pasar una década de fiascos militares sobre el terreno para que la política del terror se transformara, de forma extensiva, en el as bajo la manga que salvaría las débiles posiciones norteamericanas ante el avance chino y ruso en la región.
Cuando Estados Unidos invadió Afganistán reemplazó a los talibanes por Hamid Karzai, presidente del país desde 2001 hasta 2009. Si bien su poder se concentró en Kabul, ayudado por las tropas de la OTAN, el nuevo mandatario pudo imponer los planes de Washington y transformar a Afganistán en el principal productor mundial de opio y heroína, extendiendo sus cultivos por gran parte de su territorio. En 2014, el Servicio Federal Ruso de Control de Estupefacientes (FSKN) informó a través de la agencia Ria Novosti que más de la mitad de la heroína que se consume en Europa proviene ahora de Afganistán; el gobierno ruso viene denunciando a la OTAN por ser el nexo para la exportación ilícita de este estupefaciente hacia el “viejo continente”[2].
Mientras Karzai mantenía un poder limitado, los talibanes no dejaban de tener potestad real en varias ciudades importantes, por lo menos hasta la llegada de Daesh.
Y es que los norteamericanos no podían eliminar definitivamente a los talibanes. Se tuvieron que conformar con apartarlos del poder, debilitarlos y reemplazarlos por actores más fieles a sus intereses para luego seguir negociando con ellos a cambio de la seguridad para sus contratistas privados quienes, a su vez, resguardaban su expoliación de bandera. En 2012 se supo que alrededor de un 10% de los contratos de logística del Pentágono (que comprenden cientos de millones de dólares) eran absorbidos por los insurgentes talibanes, de modo que el gobierno de Estados Unidos financiaba a las mismas fuerzas contra las que luchaban (infructuosamente) sus tropas. [3]
Cuando el afgano preferido de Washington dejó de serlo y su tercera reelección se encontraba impedida por la constitución nacional, surgió una nueva figura: el actual presidente y ex ministro de Finanzas, Ashraf Ghani. Un día después de asumir su cargo a fines de 2014 y, como buen alumno de la Casa Blanca, Ghani cumplió (lo que no pretendía hacer Karzai) y firmó el Acuerdo de Seguridad Bilateral (BSA) con Estados Unidos a través del cual, este último, se reserva el derecho de mantener tropas de combate en el país y de accionar allí con total impunidad.
En 2015 el talibán se hizo imparable. Ese fue el momento crucial para la entrada en escena de Daesh, que tenía el fin de detener el renacer del movimiento que durante más de 10 años EEUU había querido derrotar. Las antiguas extensiones de amapola bajo el control del gobierno de Karzai pasaron a manos de este grupo terrorista y la convirtieron en su principal fuente de financiamiento.
El éxito de esta nueva fuerza mercenaria clandestina bajo órdenes de la CIA se hizo notar a poco de comenzar su despliegue en el terreno. Incluso, según reportan informes de la ONU[4], muchos combatientes talibanes se unieron a las filas de al-Baghdadi ante su contundente avance. Esta situación terminó por provocar el enfrentamiento directo entre Daesh y el talibán quedando en suspenso, durante ese período, los ataques contra el gobierno central de Ashraf Ghani.
Los combates se saldaron con victorias considerables a favor del movimiento talibán en el sur, sudeste y oeste de Afganistán. Daesh tuvo que replegarse refugiándose en las zonas montañosas no pobladas, centralmente, en las zonas fronterizas con Pakistán.
Al llegar Trump al poder, la táctica terrorista comenzó a perder fuerza mientras la CIA y el Pentágono evidenciaban sus diferencias post fracaso. Daesh había sido derrotado en Siria, Irak y Afganistán, mientras Bashar al Assad, Haider al Abadi y los talibanes (los respectivos poderes locales “enemigos de Occidente”) no sólo no habían sido depuestos, sino que comenzaban a forjar alianzas apadrinadas por las potencias asiáticas.
Después del retroceso de esta red mercenaria, surgió la enorme incógnita de cómo estaban siendo distribuidos los cientos de miles de combatientes de Daesh amnistiados por las potencias occidentales. Actualmente, existen varias hipótesis sobre la “colocación” de los mismos. En cuanto a Afganistán respecta, son numerosas las denuncias y pruebas sobre la llegada de grandes contingentes de ex terroristas al país, con permiso del presidente Ghani.
Al tiempo que los talibanes afirman estar negociando con Rusia y Qatar con el fin de lograr la aprobación necesaria para ser readmitidos en la escena política afgana, el gobierno de Ghani pierde poder y Trump envía marines sin un objetivo demasiado claro.
Por lo que pudimos ver en poco más de un año de gestión, Trump reconoció la derrota de la táctica terrorista y recalculó sus movimientos. Retiró el apoyo a las operaciones clandestinas de apoyo al terrorismo y ordenó a las potencias regionales que hicieran lo propio. Al mismo tiempo, anunciaba que las tropas en Afganistán se mantendrían allí “por tiempo indefinido” aumentando, implícitamente, su número.
Al parecer, la CIA y algunas agencias de inteligencia europeas como el M16 británico mantienen viva la preparación y el respaldo de contras y mercenarios en los países mencionados y en otros territorios de África y Asia Central, aunque ya no se trata de un proyecto táctico predominante.
Y mientras Trump aparenta volver a la vieja impronta bushiana de envío de tropas estadounidenses a granel, evidentemente, improvisa sus nuevas operaciones en un mapa de influencias cada vez más competitivo.
Notas
[1] En julio de 2001, Estados Unidos rompió sus negociaciones petroleras con los talibanes en Berlín y anunció la guerra contra Afganistán. En agosto del mismo año, Washington y Londres enviaron tropas al Golfo de Omán. En septiembre, fue asesinado el líder tayiko Massud. El entonces presidente estadounidense George W. Bush acusó posteriormente a los talibanes de tener bajo su protección a los responsables de los atentados del 11 de septiembre. En octubre, Estados Unidos y el Reino Unido desataron contra Afganistán una agresión militar en «defensa propia». Red Voltaire, 18 de junio de 2013 http://www.voltairenet.org/article178985.html
[2] «Trafic de stupéfiants», Office des Nations unies contre la drogue et le crime.
[3] http://www.voltairenet.org/article176305.html
[4] Informe del Secretario General sobre la amenaza que plantea Daesh para la paz y la seguridad internacionales y la gama de actividades que realizan las Naciones Unidas en apoyo de los Estados Miembros para combatir la amenaza. Febrero 2016.